Estimado lector:

Mar-Abr, 2013  |  Editorial

Estimado lector en los últimos diez años hemos visto un avance enorme en las posibilidades de aplicación de la ingeniería mecatrónica: conforme esta rama del conocimiento ha ganado un mayor lugar en el mercado, las economías de escala han permitido tener actuadores sofisticados cada vez a un menor precio, los equipos de cómputo son cada día más potentes y económicos, la revolución de las aplicaciones en la nube ha facilitado tener procesos controlables a distancia y una mayor articulación de actividades que ocurren en lugares de trabajo distantes, y la miniaturización de actuadores y máquinas electrónicas ha puesto al abasto de la industria una nueva generación de herramientas aplicables a procesos.

Todos estos cambios han reconfigurado el panorama industrial, al facilitar la sistematización de procesos, muchos de los cuales se hacían manualmente; por lo mismo, ha aumentado la brecha entre las empresas que tienen acceso a estas tecnologías, y las que todavía no dan el salto tecnológico. En opinión de Cosmos, esta distancia se debe a dos cosas, una evidente, y la otra, sutil. La razón evidente es que los actuadores automáticos aumentan la productividad y reducen los costos de operación, si bien para su implementación requieren de una inversión de capital y de un proceso de ingeniería, a la larga esta inversión reditúa con creces, no sólo por la velocidad de proceso, sino por la flexibilización en las líneas de producción; estos elementos son piezas fundamentales para la producción de bajo volumen y alta mezcla.

La razón sutil es seguramente la más importante, tiene que ver con los operarios. Más allá de la sola actuación mecánica, estos sistemas requieren de operarios mejor calificados, pues el trabajo que realizan, si bien sigue teniendo componentes manuales, es cada vez más de interacción con la máquina, y en menor medida de interacción directa con el objeto producido. Este cambio implica un pensamiento más abstracto que necesariamente conlleva una capacitación y un aumento en las capacidades de las personas. Al tener empleados mejor capacitados, las compañías han tendido a adoptar filosofías de calidad y de mejora continua. De esta manera, el personal se vuelve más asertivo al proponer cambios y mejoras, con lo que las empresas pasan de tener sólo manufactura, a buscar la “mentefactura”.
En el corazón de estas actividades está el principio de la innovación, es decir, producir algo nuevo, o de una manera diferente, que aporte una ventaja -que el mercado perciba como valiosa- sobre las condiciones anteriores.

Estas posibilidades han estado muy presentes en las grandes empresas, sin embargo, con la reducción de costos que han tenido los actuadores automáticos y en general los sistemas mecatrónicos en los últimos años, las PyMEs tienen hoy la opción de mejorar su nivel tecnológico y subirse a estas nuevas plataformas, pues cada vez con mayor velocidad, se vuelven ya no una ventaja competitiva, sino una condición de mercado. Hoy día es inverosímil creer que la sola ventaja de tener mano de obra barata pueda generar condiciones de competitividad; México requiere de empresas que apuesten por la capacitación, la mejora continua y la innovación como factores fundamentales de su propuesta de valor a un mercado, sea éste nacional o internacional.

Para aprovechar esta oportunidad, hay que construir los caminos que nuestro marco legal y nuestra realidad nos permiten. En la parte legal, uno de los principales puntos de la reforma a la Ley Federal del Trabajo que incide sobre las PyMEs es el que corresponde a la capacitación, que debe aumentar las facultades del individuo para que éste tenga un desarrollo profesional, de manera continua y dentro de su horario de trabajo. Así, el acceso a nuevas tecnologías representa una oportunidad para un verdadero desarrollo organizacional.

En cuanto a la realidad industrial y social en nuestro país también hay cambios que reconfiguran el panorama, como el aprovechamiento de energía solar para calentar agua, que debe convertirse en un motor para la competitividad industrial, tanto por razones económicas, como por reducir impactos al ambiente derivados de un uso irracional de recursos energéticos. También está el paulatino aumento en el contenido de valor de la industria del plástico hacia productos más sofisticados, con los datos más recienes podemos asegurar que este subsector sigue creciendo a razón de dos dígitos por año. Otro cambio necesario y pendiente es incrementar la cultura vial, la industria automotriz hace esfuerzos en mejorar el desempeño de los vehículos y, sobre todo, en apoyar al eslabón más débil de la seguridad vial: el conductor; sin embargo, nos toca a nosotros hacer nuestra parte para reducir los accidentes, que se han vuelto un verdadero problema de salud pública.

Como ya es costumbre, en este número contamos con la participación de diversos expertos, quienes nos amplían el panorama con sus visiones; mi sincero reconocimiento y agradecimiento a su generosidad.

Raúl Macazaga


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