La parte social de la sustentabilidad

Mar-Abr, 2012  |  Sustentabilidad

Hábitos y cultura, detonantes del impacto ambiental

Al hablar de desarrollo sustentable, regularmente lo asociamos a tecnologías de bajo impacto ecológico y a la conservación de la naturaleza. Si bien estos elementos son parte de una propuesta de sociedad que respete a su medio, hay otro elemento que suele olvidarse con frecuencia, y que es fundamental para entender cómo producir los bienes que requerimos sin afectar irremediablemente al entorno natural: la sociedad con sus hábitos.

De manera general, la sustentabilidad se da en la convergencia de lo socialmente deseable, lo naturalmente viable y lo económicamente rentable. Si un hábito para una cierta sociedad, puede mantenerse a lo largo del tiempo, y la relación entre estos tres elementos no se degrada de manera importante, entonces podemos decir que es sustentable.

Así, es importante saber que todo hábitat puede albergar a un número máximo de individuos de una especie de manera indefinida. Este concepto se conoce como Capacidad de carga. Cuando una población excede la capacidad de carga de su medio, el sustrato (recursos básicos) sobre el que vive esta población, empieza a escasear, por lo que al poco tiempo la población decae.

El problema con los seres humanos es que para determinar la capacidad de carga de un hábitat, se deben considerar los patrones de comportamiento de las sociedades. Es decir, una persona que vive en una urbe, que maneja un auto de ocho cilindros, con una casa de 400 m2 con jardín y que come carne todos los días, demanda de muchos más recursos naturales que un indígena lacandón que vive en una comunidad en la selva.

¿EN DÓNDE ESTAMOS PARADOS?

Según la Global Footprint Network (footprintnetwork.org), la actual demanda de recursos naturales, equivale a 1.4 veces la oferta de los mismos; es decir que al planeta le toma un año y cinco meses producir los recursos que los humanos consumimos al año. Si la totalidad de los habitantes del planeta tuviéramos un estilo de vida como el que tienen los habitantes de E.U.A., se necesitarían cinco planetas Tierra para satisfacer la demanda de servicios ambientales.

Si tomamos este factor como indicador, se puede decir que el límite del entorno natural con respecto al desarrollo material humano, no sólo existe, sino que ha sido rebasado hace algunas décadas.

¿DE DÓNDE SURGE ESTE PROBLEMA? UN POCO DE HISTORIA

En el inicio de la era industrial, y a raíz de las revoluciones culturales, científicas, industriales y políticas de los siglos XVI al XIX, se generó la ilusión de creer que los límites del desarrollo se habían esfumado. Se estimó como viable la idea de un crecimiento económico y una demanda material ilimitada, mediante lo cual los habitantes del planeta accederían a un modo de vida acorde con la idea de “progreso”.

Con el aumento en la disponibilidad de bienes, sobretodo de alimento, y con nuevas prácticas sociales en materia de sanidad, hubo a la par un aumento en la población mundial. Al haber una mayor población, que a su vez demanda bienes y servicios que requieren cantidades extensivas de recursos naturales, se generó una presión impensada hacia los ecosistemas.

De este modo, los recursos potencialmente renovables (agua y aire limpios, suelo fértil y biodiversidad) han sido consumidos con una velocidad que excede su capacidad de regeneración, los recursos no renovables (petróleo, minerales vírgenes) están siendo consumidos a tasas de demanda crecientes, y los recursos renovables (radiación solar, vientos, mareas y caídas de agua) son demandados más allá de la capacidad técnica para aprovecharlos.

UN BREVE ANÁLISIS HACIA LA ACCIÓN

De manera general se acepta que el impacto que una población ejerce sobre su medio está determinado por la cantidad de gente; pero también por la cantidad de bienes que cada persona necesita para satisfacer sus necesidades, es decir el consumo; y de la tecnología que se requiere para generar esos bienes.

Una verdadera solución al problema debe basarse en la contención de la explosión demográfica, en un cambio cultural, de equidad, de patrones de consumo y del modo como entendemos y satisfacemos las necesidades humanas.

No se puede hablar de una única solución a nivel mundial, pues los recursos locales y las realidades sociales de cada región son diferentes y las soluciones que son funcionales en ciertas sociedades, al extrapolar su adopción a escalas mayores, generan impactos negativos impensados y suprimen la capacidad que otras sociedades tienen para encontrar sus propias mejores soluciones. Por ello, se puede hablar de responsabilidad diferenciada y compartida.

De ahí que cada país, cada sociedad e incluso cada región deben asumir el compromiso de buscar soluciones locales para un problema global. Ello debe hacerse de tal forma que, en la solución planteada por una región, no se comprometan los recursos propios de otra región diferente.

UN CAMBIO CULTURAL NECESARIO

De acuerdo con diversos estudios, el crecimiento económico genera una mejora en la calidad de vida sólo hasta cierto punto, conocido como punto umbral, a partir del cual un crecimiento económico genera un deterioro en la calidad de vida, al aumentar los costos defensivos y la dependencia material. Por ello, el crecimiento económico debiera estar en función de la calidad de vida.

En la cultura de consumo actual, es muy importante el tener, mientras que el ser pasa a un segundo plano. Así, medimos a las personas como “consumidores”, las clasificamos según su poder adquisitivo y valoramos los bienes materiales sobre los valores morales. Lejos de un juicio de valor, este sistema tiende a colapsar, pues el medio natural no es capaz de contenerlo.

Resulta fundamental reorientar el marco de valores sobre el cual funciona la sociedad actual: Tenemos que abrazar la idea de que no existe un modelo único para satisfacer las necesidades, sino múltiples culturas y modos de vivir. Esto implica asumir que el modelo de consumo (consumismo) no es universalizable.

En un documento preparado para el Worldwatch Institute (worldwatch.org), Erik Assadourian propone reorientar el modelo de consumo, hacia una escala de valores más “sustentable”. Hay que cambiar los supuestos de que más “cosas” hace a las personas más felices, de que el crecimiento perpetuo es bueno, de que los humanos estamos separados de la naturaleza, y de que la naturaleza es un almacén de recursos para ser explotados con fines humanos.

Desde esta óptica, para oponer un esquema de modelos de desarrollo regionales al actual modelo de consumo, las diferentes culturas asumirían que la restauración ecológica debe ser un tema central, que debe ser “natural” encontrar valor y sentido en el hecho de que una persona ayude a restaurar el planeta, en vez de en su ingreso económico.

La equidad sería otro tema central en los modelos de desarrollo, en tanto que los que más tienen son, frecuentemente, los que generan los mayores impactos ecológicos; mientras que los que tienen menos bienes materiales, son forzados por la necesidad a asumir comportamientos poco amigables con los ecosistemas, como la deforestación para obtener madera combustible. Una distribución más equitativa de recursos ayudaría a las sociedades a prevenir impactos ecológicos negativos.

Assadourian propone tres ejes rectores comunes a todas las culturas:

• Desestimular el consumo de bienes que degradan la calidad de vida: por ejemplo, tabaco, “alimento chatarra”, bienes desechables y modelos de urbanización que aumentan la dependencia del automóvil y requieren grandes cantidades de recursos para el mantenimiento de las viviendas.

• Reemplazar el consumo de bienes privados por bienes públicos, por servicios, o incluso buscar un consumo mínimo o nulo si fuera posible: por ejemplo, incrementando el estímulo a usar transporte público, librerías, jardines y parques públicos.

• Los bienes que resulten ser necesarios, deberían abandonar en su concepción la sustitución por obsolescencia planificada o por tiempo de vida cortos, es decir, los bienes deberían eliminar desperdicios, ser obtenidos de fuentes (realmente) renovables, ser completamente reciclables o revalorizables al final de su vida útil, deberían de durar un largo periodo de tiempo y ser susceptibles de actualizarse.

Además de observar el cumplimiento de las seis erres (ver artículo “Residuos: Una oportunidad en la industria del empaque”, en la edición 1 de Tu Interfaz de Negocios), reducir y, en todo caso, eliminar el consumo de bienes demandantes de recursos es, más que una opción, una obligación ética hacia el planeta y hacia los que necesitan recursos para satisfacer sus necesidades más vitales.

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